Emprendió el vuelo con la
mochila cargada de prejuicios y demonios de una infancia maltrecha que marcaría
toda su existencia. Desesperado por llegar, tripuló sin reparar en las
dificultades que podría acarrearle semejante viaje. Voló sin pausas ni
miramientos aterrizando en la mismísima plaza de Sodoma. 120 días en su mercado,
todo un mundo de… sorpresas.
La nada es un mundo. Hoy es
nada y mañana es un mundo y viceversa. Hay más versiones en el mundo que
pescaderías en los mercados. Hoy, el Señor Don, decide cambiar de mercado para
probar otra clase de mercancía. No es nada, pero para Él hoy es un mundo: se
siente inseguro y desubicado, pero con muchas ganas de catar aquella receta que
vio en uno de sus programas favoritos de cocina televisada. No es nada y ahora
es un mundo. Sabe de los matices que desea probar, pero la mercancía es tan
variada y a la vez tan parecida que se encuentra perdido. Hay de todo, desde
piezas venidas del otro lado del charco hasta los numerosos clones, propios de
criadero. No es nada, pero todas las piezas tienen en común su bajo coste, por
lo que las convierte en una mercancía asequible a cualquier bolsillo. Está Pletórico,
feliz de encontrarse en aquel mercado low
cost. No es nada –piensa- al fin y al cabo si no me sale bien sólo
habré malgastado una mísera perra gorda. Mira indeciso de un lado a otro.
No las tiene todas consigo, pero al final se decanta por una pieza cercana a
él. Lubina, sí, es pequeña pero gordita,
además parece bastante fresca, que
realmente es lo que me importa
–masculló. Pagó y se marchó más feliz que una perdiz. Con la ilusión de un
chaval con zapatos nuevos, se puso manos a la obra. Cuando abrió el paquete
observó que no brillaba tanto como en la pescadería. Va, no es nada –se dijo- me
dejaría llevar por las palabras floridas del vendedor. Total, lo que busco es cocinar esa receta que leí el otro día, así que
lo verdaderamente importante está en mis manos. Disfrutó como un niño, algo
común en Él por su falta de madurez, aunque ya había dejado atrás los 45.
Cortaba la verdurita tarareando una canción. Echaba esencias nuevas para realzar
su sabor, algo insulso, propio de las piezas de criadero. Innovaba con las
hierbas aromáticas que mezclaba sabiamente sobre los lomos de la lubina para
minimizar ciertos olores o sabores propios de la pieza y también para realzar
otros desconocidos que le atraían sobremanera. Se vino tan arriba con su
primera Lubina, que la trataba como si fuera la única pieza existente en el
mercado. Cuando se sentó a la mesa para comérsela entera, la Lubina,
enriquecida y engalanada para la ocasión, no dejaba de mirarle con la boca bien
abierta. Comenzó a degustarla, recreándose en cada nuevo matiz que creía
conocer. Me encanta, me gusta mucho, mmm
–se decía en voz alta- Sin duda, es la
mejor Lubina que jamás he catado. Continúo saboreando cada bocado junto al
aderezo que tan bien le había quedado. Poco a poco, las prisas por seguir
descubriendo nuevos detalles se apoderaron de él. Sin darse apenas cuenta,
cuando ya había devorado la mitad de la presa y prácticamente toda la
guarnición, la Lubina comenzó a dejar de interesarle. Los nuevos matices
dejaron de ser tan nuevos. Los sabores, aromas y nuevas texturas empezaron a repetírsele
en cada bocado. Aun así continuó sentado a la mesa. Las prisas del comienzo se
volvieron menos apasionadas, lo que hizo que los restos de la lubina empezaran
a enfriarse…
(Continuará)